Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

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La mañana, aunque soleada,
es fría.
El ocre de los árboles
que aún conservan sus hojas
brilla con especial encanto
en este sol de otoño.
Nueve ancianos juegan a la petanca
en la sombra,
a escasos metros un indigente
viste el aire que le rodea
de resignación.
Me siento junto a la cascada,
por ver si su murmullo oculta
el zumbido continuo del tráfico,
pero el repiqueteo
de los operarios junto a la marquesina
termina de hacerlo imposible.
En la biblioteca,
como protegidos por una urna,
las expresiones son relajadas,
el ritmo quedo.
En el banco
junto al que seis adolescentes comparten vicio,
una señora suspira
ante dos imágenes de Kirk Douglas
en el diario,
una de ahora, otra de entonces
(quizá recuerde su propio aspecto
cuando la estrella filmó Espartaco).
Un longevo matrimonio
decide que ya es momento
de finalizar el reposo,
él empuja la silla con cariño,
la expresión de ella
muestra el dolor
que la vida le causa.
Dos georgianos se sientan a mi espalda
(mármol, a cuatro grados)
con su arrastrada conversación,
uno trae bocadillos, el otro cervezas.
-¿Ya bebiendo?
Les comenta un chico de rasgos latinos
que se dirige a la terraza.
Un hombre
abrigado hasta la exageración
deja que su mirada se pierda
mientras la mujer
que cobra por cuidar de él
habla por su móvil de última generación.
El trasiego de peatones es
constante,
como un flujo nervioso.

Es sólo un instante en un rincón
que la arteria de la ciudad cruza,
pretendiendo que no olvidemos
cuál es su ritmo.
Pero se equivoca.
Bajo este ancho cielo,
nosotros también somos
pulso.
Lesseps, Barcelona