Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

sábado

A tres cuartos de hora para el txupinazo, se hace difícil llegar a El Arenal. Aunque los que nos movemos lo hacemos todos en la misma dirección, hay demasiada gente con el sitio ganado, y lo defienden a codazos y malas miradas.. Pero entre uys, epas y perdonas, consigo alcanzar un trozo de hierba en que sentarme, entre una familia que ríe las gracias del menor y un grupo de chavales que apenas echan tabaco a los porros.
No miro el reloj pero, por las protestas, deben de estar retrasándose. Cuando por fin asoman al balcón del Arriaga, son aclamados como si fueran Bisbal, Cristiano Ronaldo y Benedicto XVI los que van a dar inicio a las fiestas.
Aún así, las partes en castellano (supongo que su lengua materna, como la mía) del discurso son recibidas con una sonora pitada, aunque el que habla esté nombrando a su padre y su primera esposa, ambos fallecidos, y a la mujer con la que ahora comparte su vida.
Txupín, cohetes, confeti.. el cielo decide adornar el momento ocultando el sol entre pequeñas nubes que le permiten dibujar mágicos haces de luz.. Marijaia en el balcón, griterío, champán (o cava, o agua de Bilbao, como el lector prefiera).. el crío de al lado da palmas al ritmo de la música, algunos saltan, otros bailan.. todo vale en los próximos nueve días.
Incluso, zafarse del pringue de harina en el foso de agua retenida y sucia del kiosko.