Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

martes, miércoles (III)

Son seis.. no, cinco, a ése le he contado dos veces (qué manía tiene la gente de moverse cuando les estoy contando) africanos vestidos con pantalones y camisas amplios en colores chillones, portando sus djembés, y unos tambores que disponen a modo de batería. Aunque uno de ellos está impaciente por empezar, y no deja de toquetear su instrumento, se entretetienen charlando entre ellos y saludando a amigos que se acercan. y como la cosa se va alargando, decido continuar con mi paseo, que me lleva hasta unos cuadros en el suelo, cerca de allí.

Negras siluetas estilizadas de trazo rápido, colores vivos, verdes, azules, toda suerte de naranjas y marrones.. hay algo especial en ellos. Algo que me hace seguir mirándolos, más allá de las composiciones y combinaciones, de las formas repetidas.
No se trata de souvenirs coloristas de un mantero. Ahí hay un artista hablandome de sus referencias, su tierra, su hogar.. la que ha sido su vida.
Observo entonces al autor, que termina el borde negro de un cuadro con inusual mimo y comprueba que las figuras casan con las de otro aún sin borde. Es un hombre joven de expresión seria, con las manos y la ropa manchadas de mil colores, pero la cara impoluta.

De pronto, traka traka patapám patapám, como un felino que ha olido una presa, abandona todo en el suelo y parte hipnotizado tras el sonido, ni siquiera queda nadie al cuidado de los cuadros. Cómo no, le sigo.
Cuatro tocan, uno baila. Aunque no tarda en sacar a una cría del público para que le acompañe. Da la impresión de que improvisan, tanto al tocar como al bailar. como cuando cantan, repitiendo las frases que el antes inquieto lanza, todos ellos sonrientes, incluída la cría, imbuídos en ese ritmo festivo que uno no sabe si les sale de manera natural, o es que les entra.
Somos varios los torpes que nos atrevemos a mover los pies o ladear la cabeza, algo que ellos celebran, al tiempo que se acercan vendedores de sombreros, juguetes, pañuelos..
Cuando me retiro, paso junto a unas trenzadoras que, entre carcajadas, consuelan a una compañera que llora compungida.

Aunque no haya venido su lehendakari a felicitarles por conservar sus raíces en una sociedad en la que se han integrado con naturalidad (como si esta se lo hubiera permitido), hoy es el Senegal Herría Eguna en un rinconcito de El Arenal..