Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

martes, miércoles (II)

Le conozco desde hace años, y hacía unos cuantos que no le veía. Encorvado en esa ridícula silla, es la imagen de la decrepitud. Su piel, ajada por los años de maquillaje, surca su blanquecino rostro de incontables arrugas, todas hacia abajo. Tocado con su inseparable sombrero, negro como el resto de su atuendo, prepara unos pañuelos con ritmo cansino, casi ausente.

Creo que fue el primer mago que vi. Su extrema delgadez y escasa altura le daban un aire de duendecillo sibilino. Cuerdas, cigarrillos.. magia sencilla, magia de cerca, magia. La de verdad, sin aspavientos ni colorines, y sin decir una palabra.

Ahora le acompaña una chica oriental, que acaba de iniciar su número. Él la sigue con la mirada, atento a cada detalle, ella tropieza con una pequeña silla donde habían dejado unas monedas y, con la velocidad de una sombra, él aparece y desaparece y todo está de nuevo en su sitio.

Risas, sorpresa..
-Hala!
-¿Cómo lo hace?
Acaba el número y la chica pasa la gorra. En realidad no la pasa, los críos, y también algún adulto, se acercan hasta ella. Él se mezcla entre la gente, y hace correr una moneda girándola por el dorso de sus dedos, ante la mirada sorprendida y un poco asustada de un chaval. De pronto, la moneda no está. Ni en el dorso, ni en la palma. El crío mira asombrado a su madre, que se encoge de hombros sonriendo. Y su sonrisa se vuelve risa al ver el pasmo del niño cuando el mago hace aparecer la moneda de entre los dedos de su pie derecho. Mientras el crío comprueba que no hay escondites secretos en su propio pie, el mago da un paso atrás y aún hace un par de trucos con la monedita, antes de convertirla en una moneda del tamaño de dos galletas, que dobla para demostrar que es de goma (ah, por eso ha podido esconderla en algún lugar) y lanza al suelo para que con su ruido metálico acabe de confundirnos a todos.
- No puede ser..

El número de curiosos ya es suficiente, y de nuevo aparece aquella mirada de reto, y regresa aquel duendecillo malévolo que lo cuenta todo con sus expresiones de niño pillo, y nos hace reír, y aclamar, aunque algunos hayamos visto ese mismo número hace unos minutos.

De entre todos los presentes, la niña que más disfruta, que más ríe, que más parece sorprenderse, es la chica oriental que ahora es su compañera..