Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

domingo

Amanece con calima, Bilbao es una ciudad de paisaje intermitente. Desayuno en el restaurante Ana, donde me regalan un pañuelo, de tela de verdad, no esa birria que venden en el casco.
Bajo, como dice Iñaki López, "a donde llevan las cuestas", y por fin entiendo esa compulsión del alcalde por ensanchar las aceras: es para que los gaupaseros no caigan a la calzada.
Cuando llego a El Arenal, me encuentro con un espectáculo que supongo se da a diario, pero yo es la primera vez que lo veo: camiones, barredoras, enormes chorros de agua, barrenderos (en fiestas son una fuente inagotable de cachondeo), unas máquinas mitad barredora mitad gargantúa.. y la montonera de basura más grande que jamás haya visto. No sé qué tamaño tiene un slum, pero ahí podrían alojarse varias familias sin tropezar unas con otras.
Más de hora y media frenéticas, forzando máquinas y hombres, en medio de un hedor mezcla de zurracapote añejo y orín, y desaparecen hasta las pintadas.
En cuanto la zona es mínimamente practicable se unen los del hielo, que deben desayunar anfetas con red bull mezcladas con algo fuerte, sólo verles cansa.
Me tomo algo en el café Arenal, donde esta vez no me toman por un mendigo (es lo que tiene ir afeitado) y dos taxistas me bacilan todo lo que saben.
-Se va a pensar que venimos de fiesta, tú, y nos acabamos de despertar..
-Eso tú, que yo no he dormido en toda la noche, menudos codazos dabas.
Al salir, veo una plancha metálica sobre la que el aire forma esos dibujitos que hace con el calor. Me acerco y veo que están preparando brasas, son como una docena de "vascos de pura cepa", parsimoniosos y sonrientes. Un par de ellos descargan y apilan un montón de cajas de vino, lanzándoselas como si fueran vacías.
-¿Qué se va a hacer aquí?
-Cordero.
-¿Concurso?
-No, degustación. Ahora doscientos cincuenta, y a la tarde, pues igual otro tanto.
Vale, ya tengo cita para la hora de comer.
El kiosko está lleno de sillas, veo venir a dos de la banda y les pregunto cuándo empiezan. Apenas queda una hora, y las sillas están a la sombra (cuando amanece calimero, el sol se ceba luego), así que me quedo y aprovecho para escribir un poquito.