Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

domingo (IV)

Entro en el callejón Ayala, donde están preparando parte de lo que luego será el desfile de la ballena. Un submarino de madera que bien podría figurar en cualquier museo de renombre, unas medusas con aspecto de nanny británica, unos horrendos globos con caras que miran mal en todas direcciones (de verdad que te los quedas mirando un rato y te entra bildurri), un ingenio a pedales donde luego se van a subir un batería y otros dos a lo Tommy Lee, y otro globo que van a hinchar en ese momento.
La primera decepción que me llevo es que inflan los globos a máquina, yo que siempre había querido conocer al perurena encargado de llenar de aire todo aquello. La segunda, que todos son franceses (de Francia).
Aún así, resulta espectacular ver cómo crece ante ti una lagartija azul del tamaño de un trailer. Porque sé que es de mentirijillas, que si no salgo corriendo.
Tras alucinar un rato con el mecanismo de los lanzadores de serpentinas, me bajo al Arriaga, donde ya están preparados la ballena, un pulpo al que todos llaman Pol, y un enorme karramarro de colores chillones.
Cuando comienza el desfile, queda libre un hueco a mi lado en las escaleras, que pronto es ocupado por un montón de chavales, chicos y chicas. Si se estuvieran quietos podría contarlos, pero es imposible. Uno de ellos ha traído un preservativo de esos que regalan y, tras las consabidas chanzas, decide inflarlo. Tiene buenos pulmones pero, cuando lo tiene a puntito de explotar, se le escapa y, en su anárquico vuelo, el condón viene a posarse en la visera de mi gorra, donde acaba por perder todo el aire. Tardo un momento en sonreír, para poder disfrutar de esas caras de apuro.

Luces rojas, humo, alguna sirena, un extraño vehículo, me acerco para ver si es el extraterrestre que me mató dos veces hace unos años, pero son otros. Eso sí, casi igual de locos. Vienen a expropiar el planeta para su posterior demolición, pues está en el trazado previsto para el nuevo TAV, y han decidido empezar por un rinconcito de El Arenal, junto a la churrería.

Muy cerca, junto al desaparecido Boulevard, prueban sonido Luhatrz. Tres pedazo instrumentistas y una cantante de voz angelical dejan caer una de Sting en euskera. Luego la chica (a la que unos alumnos suyos a mi lado reconocen y saludan sorprendidos y entusiasmados) prueba con la trikitixa, el acordeón y el teclado, y se arrancan con un regalito que les asegura el público para la verbena de la noche.

En la Plaza Nueva, dos adolescentes con un acordeón y una pandereta ponen a bailar a todos los presentes hasta el agotamiento. No me extraña que los romanos nos tuvieran miedo.
-Si bailando son así, no quiero verles pelear..