Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

besos

Los guardaba en una caja de metal, decorada con delicadas estampas de danza. Cuando era niña, había hecho sus pinitos en ballet, y ahora sólo ver aquella caja dibujaba una sonrisa en su mirada.
Se los había traído una amiga, de un viaje a una región de Italia cuyo nombre no recordaba. Sólo probó uno, y le encantó aquella mezcla de dulce de leche y menta, tierno y con un puntito de sorpresa, como un beso inesperado.
Decidió guardarlos, “para ocasiones especiales”, se dijo. Y qué ocasión más especial que la visita de un hijo. Cada vez que su Paquito venía a verla, le ofrecía uno.
-Toma, para ti..
era todo lo que le decía, acompañándolo de una sonrisa que era como una caricia de sol de otoño.

A Paco no le gustaban, demasiado dulces para su paladar acostumbrado a sabores secos, y descuidadamente se los daba a su niña María, cuando llegaban ya de vuelta a casa.
-Toma, me lo ha dado la abuela.

Quizá era sólo una noche más, al menos hasta aquel momento. Todos se habían retirado, y Paco quedaba solo en el comedor, repasando las pequeñas miserias del día, adivinando las del día siguiente.. y unas y otras se le iban amontonando, hasta conformar una situación (más imaginaria que real) ante la que no sentía ya ganas de rebelarse.

María apareció en la puerta, y se acercó hasta él en silencio. Extendió la mano con expresión cariñosa, y Paco se sorprendió al reconocer uno de aquellos dulces que tan empalagosos le resultaban. -Son los besos que la abuela te daba.. y tú, como me quieres tanto, no podías guardártelos, y me los dabas a mí.. los dejaré en mi mesita de noche, puedes coger uno siempre que quieras.. los guardé para ti.