Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

Regresaba, pero no sabía bien a dónde, a qué. Los árboles junto a la carretera, la hierba gris en el arcén.. ¿cuánto asfalto es necesario para mentir la vida bajo él? Y sin embargo, ahí está, esperando a renacer y reanudar su imparable obra.
Me detuve en un vado, no recuerdo el kilómetro. Llevaba demasiado tiempo sin celebrar nada. Ni un recuerdo, ni una ilusión, ni un momento. Doscientos números en la agenda, y nadie a quien contar una alegría.
Descendí del coche, y caminé hasta el mismo borde de la carretera. Nadie a un lado, nadie al otro, nadie. De pronto, me vino una pregunta. Si nadie es alguien para mí.. ¿para quién soy yo alguien?
Bajé la cabeza, y sonreí observando mis carísimos zapatos. Estuve así un buen rato, no sabría decir cuánto.
Al levantar la vista, sentí cómo en una y otra dirección de la carretera crecían infinitas vidas entrelazadas, y esos lazos las llenaban de fuerza y sentido. Y vi cómo en cada una, y a través de todas, pasado y futuro se anudaban en el presente, dándole forma y contenido.
Y de pronto, cada vida habida y por haber se unió hasta formar un todo, una maraña de la que me había empeñado en permanecer ausente.
Volví al coche, dejando escapar una leve risa, entre la que mis labios acertaron a pronunciar
-Mocoso..