Apuro las últimas cucharadas de helado (moriré sin saber cuál es el sabor que más me gusta), rebañando ya la tarrina, cuando me sorprendo al ver que a un hombre en silla de ruedas frente a mí le colocan una coneja para que miccione.
Con los ojos cerrados al sol que le da en la cara y una sonrisa que le ocupa todo el rostro, deja escapar un largo suspiro
-Aah.. qué bueno..
y se entretiene en tararear una canción que no conozco.