Vuela sobre mí, gritando como si dijera
-Oye!
y dejando escapar de vez en cuando una risa floja.
Va a posarse sobre la puerta de la iglesia, y desde allí parece que me observe.
Vuelve a seguirme cuando reinicio la marcha, y a llamar como lo hizo el otro día (quizá no era ella, pero qué más da)
Hoy, una gaviota me indica el camino.