Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

No sé qué edad tenía yo.. sé que ella era aún más joven.
Los domingos eran excitantes en el caserío. Recogíamos uva, montábamos en tractor y carro, corríamos delante del ganado, hacíamos pan, perseguíamos gallinas, subíamos por el monte hasta casi perdernos, las comidas todos juntos, la chimenea, la cuadra y todo su mágico mundo, aquel perro grande y fiero que sentía pánico ante la presencia de la amama, el olor a hierba recién cortada, el prado bajo la llovizna..
No sé por qué, ni por qué ella ni por qué yo.. sé que desde que la vi sentí la necesidad de estar junto a ella y que, cuando me vio, ella sintió lo mismo, y que fue así hasta el último momento que estuvimos juntos.
Nunca supe el motivo por el que la familia dejó de ir los domingos al caserío, quizá ni siquiera lo hubo, los adultos no siempre necesitan un motivo para hacer algo o dejar de hacerlo, y dejamos de vernos.
Pero sí supe siempre que, si hubiéramos decidido nosotros, nuestras familias se habrían venido a vivir toda la semana al caserío, había sitio de sobra, y nosotros habríamos seguido felices caminando un poco por detrás del grupo, aunque dijeran sois novios, o en el granero, yo acariciando su pelo y ella mi cara, o en el pajar, descubriéndonos, o esperándonos de noche para ver juntos la luna.
a Mari Luz