Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

La ventana del baño daba al terreno. Era una tarde fría, el cielo estaba claro, la noche venía aún más helada. Sacaba la ropa de la lavadora al cesto, frotando de vez en cuando las manos para que no se entumecieran con la humedad..
Había oído algo parecido antes, nieve sobre nieve, toda la que cabe sobre un enorme tejado a dos aguas cayendo de golpe.. es un sonido romo y alargado, grave, con final seco.
Me asomé con tiento, pensando que quizá la casa había decidido deshacerse del manto, con la intención de comprobar si el canalón había sido dañado. Pero estaba intacto, y el tejado cubierto de nieve.
Se repitió el sonido.. eran los árboles del bosque, las ramas cedían al peso de la nieve, dejándola caer sobre la alfombra de algodón del monte.
Fue como una gran ola amenazando con romper.. el ruido que los primeros árboles provocaban con su actitud, contagiaba a sus compañeros que, al unirse al coro, provocaban la adhesión de nuevas voces.
Una sacudida recorrió la montaña de abajo a arriba atronando, haciéndonos estremecer con su rugido a todos los habitantes del valle.