Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

el mejor dibujo que jamás hice

Frente al portal se alzaba la escuela, un edificio enorme firmado por un arquitecto de renombre, distinto a todos los demás del barrio. Mi hermano ya iba allí antes que yo, pero no era mucho de contar, así que el primer día que accedí al patio tras aquellas altísimas verjas de hierro negro, sólo tenía difusos conceptos como "seño" (una autoridad de rango divino a la que había que reverenciar), "sexto" (a partir de ahí hacen daño), "canastas" (terreno absolutamente vedado para los de mi edad).. todo un mundo nuevo por descubrir (en casa, entre otros apodos que ahora no vienen a cuento, me llamaban "el explorador").

El patio era una vorágine donde unos dos mil críos de todas las edades corrían y gritaban, se lanzaban estuches, tiraban todo por el suelo.. a la izquierda había unos árboles cuyas ramas se unían formando una suerte de pérgola, por la que los chiquillos trepaban y pasaban de uno a otro.. a la derecha las canastas.

Timbre, fila (a mí de esto no me habían hablado).. todo muy rápido, muy confuso.. una mujer con bata blanca (malo) que o medía dos metros y medio o hay que ver cómo cambia la perspectiva con el paso del tiempo..

Compañeros (aún recuerdo los nombres de muchos: Borja, Ciarrusta, Basterrechea, Garagorri, Manzano.. podría dar una lista de más de veinte para quedar bien, pero lo cierto es que a algunos sólo los recuerdo por la rima)..

El primer año lo pasé adaptándome (tras comprobar que esto era más fácil que lo que yo pretendía, adaptarles), aprendiendo los límites (la mejor manera de conocer un límite es traspasarlo y ver qué sucede después) y las numerosas oportunidades (más o menos un infinito por cada persona que tropecé). Acabé sentado solo en un pupitre frente a mis compañeros, directamente bajo la mesa de la profesora (aunque de vez en cuando me traía un compañero al que enseñarle malicias).

Cómo quise a aquella mujer. Pero tenía sus rarezas, como empeñarse en que yo no era un superhéroe (y por lo tanto debía llevar la bata atada), o aquello de las filas. Una vez le canté una canción.
-Cada vez que te veo
con la salla rota
el palillo de enmedio
se me alborota..
-Eso te lo ha enseñado tu abuelo, verdad?

El segundo año, nueva aula y nueva seño, nos sentaron en unas mesas octogonales, como si fuésemos a jugar al corro sentaditos. Quiso la casualidad (o vaya usted a saber qué) que en mi mesa coincidiéramos siete niñas y un servidor. La seño me puso la mano sobre el hombro y me dijo
-Tienes que cuidarlas como si fueran tus novias, eh?
Las siete sonreían, o respondían a mi sonrisa, no lo recuerdo bien. La seño se fue y, aunque ya había dicho ella sus nombres, sonaban mucho más dulces en sus voces. Tuve todo un año para aprender y compartir miradas, cuadernos, maneras, travesuras, mimos, juegos, ternuras..

Era el peor dibujante del mundo. Ahora creo que hay otro peor, pero porque somos muchos. Aún así, siempre estaba garabateando. En una ocasión, compartiendo la cartilla de una compañera, dibujé una raya, sin darme cuenta que no era mi libro. Ella, que era muy pulcra y lo tenía todo siempre impecable, me miró sonriendo y preguntó
- Qué es, mi sonrisa?
No recuerdo qué contesté, pero sí que hube de dibujar una raya en cada cartilla.