Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

no es mi camión

Cuando sólo era un niño, acostumbraba a ir con mi padre al borde de la autopista, a ver pasar los camiones. Con sólo doce años, conocía cada modelo, el motor, el número de caballos y velocidades..

Me hablaba de los tiempos de antes del accidente.

Cómo me habría gustado conocer su camión. En el pueblo todos hablan de él. Rojo, siempre brillante, con su nombre escrito en grandes letras negras. Adornaban el interior de la cabina escudos de los pueblos en que había trabajado o pasado noche.

Algún día he de recorrer esos pueblos. Seguro que le recuerdan. Hay pocos como mi padre.

Grande, corpulento, con una voz grave y autoritaria, siempre le recuerdo riendo. Lanzaba unas carcajadas estruendosas, al tiempo que extendía sus brazos, con sus inmensas manos abiertas.
Sus manos.
Asperas y duras por el efecto del trabajo, cuando yo tenía quince años, aún tapaba toda mi cabeza tan sólo con la palma. Y jamás he conocido a nadie con tal fuerza, aunque mi madre y yo recordamos la profunda ternura de sus caricias.

Ahora conduzco un gran camión gris de la Compañía Regional. Siempre la misma ruta y las mismas paradas. Mi camión no lleva rótulos, no lleva adornos, no es mi camión.
Pero cada tarde, cuando cruzo el pueblo camino de la central, hago sonar la bocina, como hacía mi padre. Y en las dos únicas tascas del pueblo, los viejos se arremolinan en la puerta para verme pasar.
Cuando me alejo del pueblo, su primer comentario siempre es
- ¿Os acordáis?
Y aunque no me creáis, hasta retirarse a casa, pasan la tarde recordando anécdotas, historias y hazañas de mi padre.