Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

Sólo aquel día

Era un día gris, una de esas estúpidas tardes de lluvia. Me había refugiado en uno de esos bares en los que parecen que sólo entran clientes las tardes de lluvia. En la barra, un hombre de avanzada edad atendía con desgana. No era limpio, no era amable, daba la impresión de que no le apetecía ser. Sólo estaba allí como los carteles en las estaciones, porque debía estar. Era bajito, orondo, poco agraciado. De pelo blanco amarillento, aunque escaso, su barba de varios días no disimulaba unas rayitas rojizas en sus pómulos ("las huellas que deja el vino", las llamaba mi abuelo). La camisa de cuadros, de un color ocre gastado por el uso, no lucía apenas manchas comparada con un mandil que en otro tiempo quizá fue blanco. Encendí un cigarrillo y pensé, lo que siempre pienso cuando enciendo un cigarrillo. Tengo que dejarlo. Descendía el vaso sobre la barra, después de un largo trago de cerveza amarga, cuando entró ella. Fuera la lluvia arreciaba. Vestía ropa ligera y fresca, y su imagen me recordó a un desamparado cachorro callejero. Sus labios finos resaltaban en un rostro que me pareció más pálido de lo que sin duda era. Traía el pelo largo, empapado, con algún mechón pegado a la cara. Sus ojos pedían asilo. Tenía la expresión más dulce y lánguida que jamás he visto. Esbozó algo que no llegó a ser una sonrisa y, con voz cariñosa, suspiró un melancólico buenas tardes. Preguntó al barman si tenían teléfono. Él respondió con un seco y escueto no. Ella volvió sus cuarenta y pico kilos de desamparo y desapareció por la puerta, intentando guarecer su rostro de la lluvia, medio escondiéndolo inconscientemente entre los hombros. No la he vuelto a ver. Sólo aquel día. Pero su imagen vuelve a mí, e imagino mil historias diferentes, mil finales mejores.