Era una ciudad
sin cornisas,
de casas bajas y cielo amplio.
Era una ciudad
húmeda y tibia,
de terrazas nocturnas y cortos paseos.
Era una ciudad
de cebolla y zapato,
de fábricas cerradas,
campanarios y fuentes,
plazas tristes
y mercado alegre.
Era una ciudad
comedida,
de pequeños milagros
y grandes causas,
donde hasta los locos
eran prudentes.
Era una ciudad, en fin,
de brazos abiertos
y sutil sonrisa,
que al llegar me recibió
como si regresara.