Al principio no había nada, pues nada le satisfacía. Todo era caos y tiniebla, envueltos en un viento húmedo.
Primero fue la luz, y con ella la oscuridad. Ambas nacieron la una de la otra.
Y del mismo modo fueron el sonido y el silencio, la esencia y la materia, la tierra y el cielo.
Y entendió lo que era, y lo que no era, y la unión entre ambos: de una sola verdad nació todo. Por lo tanto, todo era esa verdad. Y llamó a esa verdad vida.
Se sintió cansado, y le vino el sueño. Y no estando ya despierto, pero sin haber dormido aún, supo que en la vida hay muerte, y es por esto que todo envejece.
Y se preguntó si era justo, y se respondió que sólo se puede crecer haciéndose viejo.
Al dormir, tuvo un sueño. En él vio que el hombre y la mujer, la noche y el día, el agua y la tierra, el verano y el invierno, no son opuestos, sino complementarios. Y que la vida precisa de ambos para crearse a sí misma.
Despertó, y vio magias rodeándole, grandes y pequeñas, que enlazaban unas cosas con otras, provocando maravillas. Y que todas las magias nacían de una, y los lazos y maravillas que creaban eran sólo para volver a ella, y llamó a esa magia amor.
Y entendió que la unión de cada uno con su complementario había de ser en amor, pues sólo de él podían nacer semejantes prodigios, y eso hacía la vida bella.
Y sonrió, y dio las gracias.