Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

Me vienen los recuerdos inconexos, como era él, así que quizá sea esa la mejor manera de "contarle" (recordarle con un cuento).

Casi a diario, paseaba por Sabino Arana o Alameda de Urquijo (eso sí, nunca por la acera) con su media calva, sus greñas, su ajado gabán.. y su guitarra.

A veces se sentaba en una jardinera, y veía el tráfico pasar

Como sucede con todos los personajes de una ciudad, se contaban de él diferentes historias, nunca comprobadas. La más habitual era que "había sido" muy inteligente, hasta que, de puro inteligente, "se le había dado vuelta el cerebro" (expresión que aún hoy en día no termino de comprender).

Sólo se le conocían dos sonidos: un Eh! mayúsculo, alargado, atronador.. y una carcajada maleducada, llena, que mostraba sus tres dientes, y le daba un aspecto de duende irreverente y picarón.

Su guitarra usaba sólo tres cuerdas. En una ocasión le ofrecí una cuerda de guitarra desde la ventanilla de la furgoneta y la rechazó, partiéndose de risa. Mi compañero gritó
- ¡Qué cabrón, no la quiere!
Él se rió aún más, y le dije
- Vale, para cuando te queden dos.
Se fue señalándome en medio de una risotada, haciendo que todos en la calle se volvieran a mirarme.
- Guárdala en la guantera, para cuando le queden dos.
- Yo no sé quién está peor de los dos...

A veces se acercaba a la ventanilla cerrada de un coche de lujo y, riéndose, caricaturizaba los gestos de rabia que el alma del conductor le decía al oído.

Algunos le insultaban desde lejos, y él respondía apretando el puño amenazador y haciendo como que se mordía la lengua (no podía, le cabía entre los dientes). Luego explotaba en una carcajada, o le dedicaba una de sus canciones.

Todas sus canciones tenían la misma letra: ninguna.

Decían que era peligroso... pero bueno, también lo decían de mí.

Le gustaba detener el tráfico (aquél era quizá el cruce más peligroso de todo Bilbao) y , como un director de orquesta, conducir los bocinazos que su acción provocaba. Siempre pedía más volumen, "in crescendo"..

Cualquiera que fuera la barrabasada que estuviera haciendo (y se le ocurrían muchas), se detenía en el acto, y se marchaba intentando poner cara de bueno (no le salía), si se pronunciaban las palabras mágicas al suficiente volumen
- ¡Txomin, hostia!

Me senté a su lado. Le ofrecí un pitillo, él lo cogió y se lo llevó a la boca, lo mordió, masticó, y escupió las hebras con cara de asco. Yo me coloqué uno en la oreja, él explotó a reír, y pasó de mí.
Observaba el tráfico, a veces seguía un coche con la mirada, empezaba frases que no acababa, terminaba después otras que no había comenzado, hacía ruiditos, onomatopeyas.. mascullaba discursos enteros de los que apenas se podían distinguir una docena de palabras.

Yo cambiaba mucho de cacharro pero, siempre que me veía, me dedicaba una canción. Si estaba lo bastante cerca, le decía
- Ésa no, toca la buena.
y él golpeaba las cuerdas machaconamente y se acompañaba con un la la la escandaloso, todo absolutamente desafinado. Yo entonces gritaba
- ¡Ésa, ésa!
e incluso alguna vez canté con él, ante las miradas recriminatorias de los transeúntes.

Cuando a Txomin le conocían por el nombre que figuraba en su deneí era, probablemente, el comercial más agresivo de Vizcaya.