Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

Antes de llegar al puente, en la esquina de la calle del bingo, un africano tocado con txapela interpreta al clarinete una partitura que lee de un atril destartalado.
Como cada año me asomo a la ría, el antiguo rastro, la torre, la niebla en el Pagasarri, la estampa del Arriaga, como un aitite que disfrutara contemplando cómo se divierten los niños ahí abajo, entre el antaño perenne paisaje de paraguas cenicientos

Frente a San Nicolás hay pruebas, me acerco para comprobar que, sobre el asfalto, las piedras no resbalan, pero las bestias (incluidos los hombres) sí.
Los comparseros se esmeran en sus cazuelas de bacalao al pil pil, su aroma tiñe la interpretación que la banda municipal hace de perfidia en el kiosko.
Perfidia al aroma del pil pil, nueva cocina bilbaína.
Me refugio del viento en el hueco que da a la ría entre Txomin Barullo, Mamiki (un saludo a Aurora) y su música africana, en la otra orilla a un niño se le escapa un globo, parece que quiere ir de fiesta, va directo a las barracas en Etxebarria.
En El Arratiano tropiezo con los de Telenorte, estresadísimos por acabar la pieza a tiempo, un año más los de Sapiain han tenido que convencerles (supongo que con esa amable sonrisa de quien en cualquier momento puede calzarte una soberana hostia) para que tachen el chorizo a la sidra de su oferta.
Bocata y vaso, me subo a unas losas que sujetan el armazón de una txosna, mientras suena Kepa Junkera.
Bertsos en la puerta de la catedral, somos así, serios pero ocurrentes. A la parte de atrás, un pasacalles de dulzainas, aún tengo oportunidad de presenciar otro de albokas en Portal de Zamudio.
En el acceso a la Plaza Nueva, una belleza morena le marca el compás a base de tacón y cadera a un greñas que blande una española, “síguela, soso” grito en silencio. Más allá los txikiteros de Uribarri aprovechan el eco de los arcos de piedra para emocionarnos con Oi Ama Euskal Herri. Atronan.. y de pronto se vuelven dulces para, como casi siempre, acabar en un alarde de potencia. Tras la ovación, cerrada y corta (en Bilbao se aplaude muy fuerte pero poco tiempo) alguien dice
-Beste bat!
y el más pequeño de ellos sale al centro y alza su vaso vacío, con la garganta seca no se canta..
Comienza a llover de nuevo, le gente en las terrazas abre los paraguas y sigue con su conversación.
A la salida, dos chavalotes golpean una txalaparta de mármol.

Llega la hora del relevo, se desmonta a ritmo de Negu Gorriak, a echar la siesta el que pueda, que a la noche hay que rendir..
Aste Nagusia