y constante
que una y otra vez
lame y golpea
la piedra
hasta labrarla
a su antojo,
hija de los pequeños,
padre de los mayores,
madre de todo
lo que crece a su paso.
Las silenciosas
montañas
de roca y verde
la arrullan entre sus faldas
como al niño al que todos
miman,
porque les da
la vida,
y a cada instante,
a cada nueva luz,
ella baila y muda
su aspecto.
Aves, árboles,
viento..
todos a ella se condicionan,
y los hombres
dan su nombre
a las tierras en que crecen.
Curueño