Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

Amanece en la playa, una leve brisa húmeda saluda a una gaviota que juguetea en la orilla con un trozo de corcho blanco manchado de herrumbre y galipó. Más allá, entre los hierbajos, un perdiguero corretea tras la pelota que su amo le lanza desganado. En las rocas, dos pescadores abandonan por un momento las cañas para conversar mientras comparten el contenido de un termo en sendas tazas de metal, katilus las llaman aquí. Entre la arena oscura y pedregosa un empleado del ayuntamiento pincha unas bolsas vacías de chuches con la estaca y se desespera al descubrir los desperdicios que la chavalería dejó anoche, eso no le va a caber en la bolsa, tendrá que hacer varios viajes hasta el carro que dejó en la carretera de la entrada, por donde baja trotando una pareja en chándal. Arriba, en el mirador, un joven enciende un cigarrillo mientras intenta comprender qué parte de él es la que le hace saltar inesperadamente. La mar está chicha, el cielo claro, apenas unas alargadas nubes rosáceas y anaranjadas. Sería una estampa perfecta si el sol asomara en el horizonte, pero esta es una ciudad de postales imperfectas.
Arrigunaga