Itineraria de reflejos, lírica y melancólica, dejo parte de mí en cada paisaje que visito, pero no hallo donde quedarme.. empapado, continúo mi camino, a donde quiera que dé.

No es un buen músico, y no canta. Sentado en un banco, arranca de su guitarra un ritmillo alegre, que resuena con brillo en la piedra de los muros. Le miro a los ojos (fea costumbre tienes, me decía hace tiempo un amigo) y me saluda abiertamente.
-Hola!
Sonrío y asiento, a modo de saludo, y me dice
-Yo no pido.. es para aquel señor, que está pasando hambre.
Sentado a la puerta de la iglesia, reconozco la figura. Es un habitual de las calles, un hombre serio y educado, en franca mala racha. Su postura es más encogida que de costumbre, es lo que tenemos los flacos, la humedad nos afecta. Cuando me acerco a él, una pelota de papel de aluminio bajo sus piernas me cuenta que ya ha merendado. Meto la mano en el bolsillo, y saco un bombón, que le ofrezco en silencio. Me mira extrañado, levanto las cejas y con cara de tonto sonrío
-El postre..
Lo acepta con expresión irónica y, mientras me alejo, veo cómo lo desenvuelve con delicadeza, muerde un trozo, y mira al guitarrista en el banco. Es la primera vez desde que le conozco que le veo sonreír. Y me hace sentir bien.